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A partir de esta frase de Gilles Deleuze podemos ver que al devenir no se le pueden hacer trampas, no se lo puede anticipar para tenderle una emboscada Es algo que no se captura. Es otra cosa. Es algo que nos atraviesa.
Tocas las cuerdas del día,
te levantas como si lloviera.
pían más aún los pájaros,
después de la pandemia.
Habíamos sobrevivido,
y no nos dábamos cuenta.
Fuimos entrando con el último de los tiempos.
¿Pero qué oscuridad es ésta, que alumbra en los pasillos?
Sf
Prelude.
We were entering with the last of times.
But what darkness is this that illuminates the corridors?
sf
Sad eyed lady of the lowlands - Joan Baez
Desde muy niña, había en casa un antiguo libro de poemas. Una inmensa antología de poesía del mundo, unas 300 páginas amarillentas, ahora sin algunas hojas y sin tapas. Estaba separado por secciones de poesía religiosa, humorística, amorosa, etc. Desde mis curiosos 8 años descubrí la poesía. Quedé totalmente admirada de la forma de escritura. Dios, tanto sentimiento allí, tanto apasionamiento y tristeza. Así empecé a leer poesía y fui abducida hasta la médula por Farewell, Bécquer, Juan Ramón, Lorca. Byron, Walt Whitman, Shakespeare.
Sigo ligada a aquellas pequeñas letras que, a esa edad, lograron que sintiera que estaba allí la verdad de la existencia; si había lo verdadero, ahí yacía. Y yo lo había descubierto, sin que nadie supiera. Me encerraba a leer casi escondida, entonces a los niños nos prohibían aquellos temas.
No había más cierto en el mundo que aquellas palabras que mostraban el interior de un ser humano. Y no había más valentía que aquella de transmitir tanta profundidad.
Cuando él, mi viejo, ya estaba muy enfermo y joven, cincuenta y pico, fui en avión a buscarlo para traerlo a Buenos Aires con mi familia, porque lo iban a operar.
Él sabía que ya no volvería nunca más a su casa en Rio gallegos. Se vistió elegante, como siempre. Cuidado. Hermoso. Quiso tomar un té, con la parsimonia inglesa de siempre. El avión iba a partir. Nosotros temblábamos sin poder pronunciar una palabra. También sabíamos que no volvería. Era el último viaje. Quiso tomar el té. “Que me espere el avión, sin mí no va a salir ” nos dijo, casi graciosamente como era su costumbre.
Y se sentó placido a saborear aquel ultimo té, en su mesa. Erguido, tranquilo, disfrutando. Luego le dijo a mi hermano ”andá arriba y traé… (al instante supe lo que era aquel “traé”) el libro que está en la biblioteca.” El presente instante de la herencia, allí en vivo, por única, por última vez.
Y era este viejo libro de poemas que me dio en la mano aquella tarde. Única herencia. Luego de terminar el té, caminamos apurados hacia la puerta para irnos, él se paró, tan erguido diosmio, tan entero, volteó hacia la puerta, mirando todo por última vez. Mi interior se quebró allí mismo, sin remedio posible.
El, de joven, 18 años, leía aquellos poemas y los subrayaba, poemas de amor, pensando en mi madre.
Continuo en aquel libro.
Aquellos poemas son mi interior, único lenguaje posible.
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Otro recuerdo con mi viejo – él había crecido con la familia, algunos eran alemanes por los años 40 - en el sur, en el Hotel La Leona *, Tres Lagos, Pcia. De Santa Cruz, con una pequeña población alemana instalada desde 1910, y también con los indios tehuelches, nómades, que habitaban en carpas entre las matas y el desierto.
Bueno, no es casual esta anécdota. Él contaba que los indios se emborrachaban y se ponían a pelear, en el bar de los tíos alemanes a punta de cuchillos. Eran altos, rudos, vestidos solo con cueros por tanto frío en el sur. Entonces venía el tío Alfredo, muy rubio él, muy alto; y comenzaba a hablarle a los indios en alemán con su voz muy fuerte, y ellos sin comprender, pero escuchando aquel vozarrón inteligible, empezaban a reírse a carcajadas entre las borracheras y se olvidaban de las peleas.
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Tal vez por eso nos trasladó una ingenua costumbre de la que no hace mucho tomé conciencia. Y era reírnos de las palabras. Él nos hacía chistes, al mostrar que cada palabra en realidad podía decir otra cosa; en medio de la solemnidad del habla, había una voz disonante o graciosa que sobresalía y desarmaba todo aquello, convirtiéndose en chiste, una gracia.
Por ejemplo, una conversación que decía la palabra poca, y el preguntaba ¿Boca? ¿Dijiste loca? ¿Quién dijo ronca? No recuerdo ahora, pero sé que nos reíamos de todo aquello. Me acostumbré a este ejercicio, escuchar no solo lo dicho, sino las resonancias, consonancias. Cualquier solemnidad podía terminar en estallido de risas. El lenguaje podía ser otra cosa. Una rotura en la lengua. Un hiato. Una cesura. La realidad ya no era tal. Siempre podía decirse otra cosa, ello también nos daba una secreta hermandad, un amparo, ya que teníamos aquel secreto que nadie tenía. Todo podía terminar en un chiste, una alegría, nada podía ser tan grave. Para la mayoría de las personas las palabras no escondían nada bajo ellas. Solo eran palabras, pero nadie se atrevería a darles vuelta como si fueran un abrigo, el cual usar del revés.
Luego ya crecida, adolescente, leyendo a Neruda, por ejemplo, la que me divertía con ellos era yo. Porque ellos reían de las palabras, de chistes, pero eran muy realistas. Entonces yo les leía una poesía al ombligo, o al caldillo de congrio. Y sus caras de espanto terminaban siendo lo más gracioso para mí.
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Luego el otro tema, o fundamental para escribir; JG me dijo “Escribi sobre ello. Es interesante “. Pasa que, hasta los siete años, creo, yo estaba segura de que todos los seres nos entendíamos por medio del habla. Que éramos iguales. Que, si decíamos algo, los demás nos entendían claramente. Sabían lo que nos pasaba.
Sin embargo, a esa edad descubrí que podíamos hablar días enteros, pero qué decíamos. Todo el día hablábamos. De qué. De lo cotidiano, la comida, las cosas, los lugares las personas. Pero nadie sabía que pasaba en mi alma. Ni yo en el alma de otros. Teníamos verdades que ni siquiera podíamos transmitir. Acaso el otro podía entender mis sentimientos. Imposible. El otro era un extraño, un extranjero. Yo era una extranjera para el mundo. Ya nadie podría saber qué me pasaba, ni yo podía comunicarlo. Qué decir. Que tremenda decepción. Estábamos encerrados en un universo interior incomunicable.
O sea, nadie se entendía con nadie, pese a hablar continuamente. Recuerdo que con esos ocho o nueve años empecé una especie de huelga de hablar. Al darme cuenta de que lo que decía no era importante. Nadie decía lo fundamental. Nadie sabía lo que le pasaba al otro. En definitiva, estábamos mortalmente heridos de muerte y soledad. Fue tremendo descubrir aquello y creo que definitivamente me reenvió a la escritura. Junto con aquel libro de la herencia, tal vez descubrí que si había un modo de acercarse a otro ser era mediante la poesía. Nada más que ella podía contener en su interior los sentimientos , la verdad íntima de las personas.
Solo allí el alma vibraba, podía tomar tu corazón, descubrir como piedras las intimas palabras, como ríos, vertientes de pura verdad.
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Pero luego de estos recuerdos voy a terminar con este poema, canción popular que tiene varias atribuciones sin saber a ciencia cierta el autor, pero circula de muchas maneras. Mi viejo, era feliz contándola de memoria a los niños, casi cantando con mucho histrionismo que hacía que lo miraran con enormes ojos asombrados de tanta verborragia alegre.
Así eran las palabras, ese juego, esa otra cosa.
Vamos al baile
Morente & Lagartija Nick "Omega"
La aurora de Nueva York tiene cuatro columnas de cieno, la aurora de Nueva York gime por las inmensas escaleras, La aurora de Nueva York tiene cuatro columnas de cieno, la aurora de Nueva York gime por las inmensas escaleras.. La aurora de Nueva York. poema de F. G. Lorca. Poeta en Nueva York
2017
le oí,
lavaba el mundo,
sin ser visto, toda la noche,
realmente.
Uno e Infinito,
se destruyeron,
yoieron.
Luz fue. Salvación.
Paul Celán
(traducc. José Luis Reina Palazón)
A C.M
"¿Pero, cuánta patria necesita el ser humano?”, es la pregunta que se hace un judío también austriaco, Jean Améry, que tuvo que abandonar no solo el país de nacimiento, sino también su nombre y lengua materna para poder seguir sobrellevando la vida después del Holocausto.
La respuesta es clara, sencilla y concisa: “necesita tanta más patria cuanto menos pueda llevarse consigo”.
Como señala con acierto el profesor Eugenio Sánchez Bravo, “para un judío vienés cuya única patria era su profundo conocimiento de la cultura alemana el exilio fue una experiencia devastadora pues los nazis se apropiaron completamente de ella.
De repente, Améry, el judío, fue consciente de que jamás había tenido patria.
Una experiencia insuperable pues no puede crearse una nueva: esta será siempre la de la infancia y la juventud, la de la lengua materna”.
Estrella Morente | Ay, Maricruz!
Imperio Argentina - ¡Ay, Maricruz! (1935)
la saeta por ot y antonio canales
sf
2023
Se está durmiendo ya la Luna
Y sí, creo que a fin de cuentas merecemos ir
Lo mejor de todo en esta vida, vive
(Navegando a la deriva)
Letra Jacob Gurevitsch
2024
En este último taller de julio en Madrid, un escritor sapientísimo, que por eso era el maestro, corregía nuestros escritos con la punta de una aguja.
De suerte pasé tan inadvertida que, sin saber mi nombre, jamás llegará a este breve texto.
Todos obedecíamos a las sagradas consignas, que nos arriesgaban en vértigo a escribir una rima, emulando Cervantes, Bécquer o Juan Ramón.
Mi latinoamericana inesperanza, no puso demasiadas expectativas en los resultados, ya que mi poesía dirigida nunca encuentra un camino. Tan pequeñas mis palabras, se retiran automáticamente cuando advierten una premisa, orden o parecido. Tan tímidas jamás osarían andar exponiéndose. Se callan. Como las conozco, no las fuerzo demasiado.
Pero los demás compañeros, especialmente las niñas, vieron desesperadamente hundirse los sueños de poeta. Aún recuerdo la carita de hundimiento de una de ellas, cuando el sapientísimo le dijo que lo que había escrito no era poesía."La luna brilla en la vereda, vereda que brilla en la noche, la luna. Y yo la miro desde la vereda."
Dios, cómo sostener aquella angustia durante las dos horas del taller. Entonces que es poesía dijo ella, que no tenía 15 años.
Todos hicimos silencio como si de un funeral se tratara. Cómo cerrar aquella herida. En sus ojos se veían las sombras cruzar una a una como temporales, tratando de mantener en el tiempo una compostura.
Los demás pudieron ir zafando entre románticos versos a la amada ausente, desesperados versos de amor incorregible.
Yo no recuerdo lo que pude escribir, pero sonaba casi como un canto, una oración, cómo sería de mala que ni la recuerdo.
Luego de tales humillaciones públicas, él impartió una especie de decálogo de escritura y me quedó vibrando hasta hoy la observación acerca de que el lector debe entender lo que dice el poema, a qué refiere. Que si hay que explicarlo entonces no es poema.
Tales premisas resonaron hondamente, pensé en mi amado Paul Celán, perecería nuevamente sobre el Sena.
Diosmío estos nuevos talleres llevan a ningún puerto.
sf