"Como una mujer joven dormida en la tormenta,
como una anestesiada sobre la tierra esférica"
Juan Rodolfo Wilcock.
De joven leí que Luciano de Samósata
cuenta que Arquímedes incendió en Siracusa
los bajeles romanos. También descubrí
que Proclo, en Constantinopla,
incendió la flota de Vitaliano.
De adulto descifré en estas tierras
otros ultrajes, otra tiniebla del puñal.
Caudillos, montoneras, indiadas.
Incendios de la turba,
inciviles desafiantes y bárbaros.
Después, seres primitivos olvidaron la palabra.
Balbuceaban consignas, libraban estandartes,
machacaban el eco de un tirano.
Hoy comprendo que tahúres y hordas
conflagraron Buenos Aires.
Ladinos han despojado el sueño,
el prodigio del candor o la memoria.
Son parte de nuestra mitología,
una ironía o burla del cotidiano horror.
El fuego ardió en Londres, en Roma,
en la Biblioteca de Alejandría.
Y en el Templo de Artemis.
Aquí el fuego es menos noble, menos alegórico.
Sólo agonía, penumbra, ocaso.
Buenos Aires, junio de 2023
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