Hoy Putin, el líder autócrata, bombardea sin piedad Ucrania. Es un crimen contra la paz. Hay admiración en muchos por la autoridad férrea, el control de los medios y las redes sociales. Aquí y allá. La demencia, lo ideológico, lo económico, lo racial forma parte del poder. La permisividad de este gobierno justifica la invasión rusa como suele justificar los delirios cotidianos. Permanentemente se invierte el espejo: lo vemos con Cuba, Venezuela, China y en tantas republiquetas bananeras con camellos y moros. Y el turista subnormal disfruta de palacetes, hoteles y natatorios. Descubre lo exótico y se siente realizado. Selfie y a la cama. El deporte también está impregnado de falsedades y pantanos.
Frente a esta consternación anida (sin pudor) la hipocresía, la corrupción, los mercados opresores, cierta suerte de libertinaje en la cual droga, mafias, funcionarios y muchedumbre juegan al gallito ciego. Es parte de la historia, de las sociedades, se me dirá. De acuerdo. Hoy regresamos con un artículo publicado hace años donde anticipamos algo de este maremoto. Sabemos de sobra que hay seres que adoran dictadores; los idolatran. Lo peor siempre abreva en estas aguas. Y no les importa inquisiciones, campos de concentración o torturas. Son seres humanos: votan, comen, se duchan, cobran planes sociales o hablan por televisión como si supieran. Forman la chusma, en donde habitan profesionales, crupieres, malabaristas, jugadores de ludo, empleados, señores y señoras, estudiantes progres y jubilados. A veces mayoría. Intente escuchar luego a Sonia Wieder Atherton. Puede ser las Suites para violoncelo de Johann Sebastian Bach o Kaddish-Chants Juifs que la poeta Sandra Figueroa me hizo conocer. Ahí va la nota de hace dos o tres años:
https://palabrabierta.com/resiliencia-y-estulticia/
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