¡Oh cristalina fuente,
si en esos tus semblantes plateados
formases de repente los ojos deseados,
que tengo en mis entrañas dibujados!
Enrique Morente 'Cantar del alma'
Voces Búlgaras (Aunque es de noche)
Cantar del alma que se huelga de conocer a Dios por fe
Qué bien sé yo la fuente que mana y corre,
aunque es de noche.
Aquella eterna fuente está escondida,
que bien sé yo donde tiene su manida,
aunque es de noche.
En esta noche oscura de esta vida
qué bien sé yo por fe la fuente fría,
aunque es de noche.
Su origen no lo sé, pues no lo tiene,
más sé que todo origen de ella viene,
aunque es de noche.
Sé que no puede haber cosa tan bella,
cielos y tierra beben de ella,
aunque es de noche.
Bien sé que suelo en ella no se halla,
y que ninguno puede vadearla,
aunque es de noche.
Su claridad nunca es oscurecida,
y toda luz de ella es venida,
aunque es de noche.
Y son tan caudalosas sus corrientes
que cielos, infiernos riegan y las gentes,
aunque es de noche.
La corriente que nace de esta fuente
bien sé que es tan capaz y omnipotente,
aunque es de noche.
La corriente que de estas dos procede
sé que ninguna de ellas le precede,
aunque es de noche.
En esta eterna fuente está escondida
en este vivo pan por darme vida,
porque es de noche.
Aquí se está llamando a las criaturas,
y de esta agua se hartan, aunque a oscuras
porque es de noche.
En esta viva fuente que deseo,
en este pan de vida yo la veo,
aunque es de noche.
San Juan de la Cruz
(1542-1591)
El poema Que bien sé yo la fonte, junto con el Romance sobre el Evangelio «In principio erat Verbum», el otro Romance que va por «Super Flumina Babilonis» y las 31 primeras canciones del Cántico espiritual, fue compuesto en las amargas circunstancias del cautiverio toledano, donde el poeta místico permaneció secuestrado por espacio de nueve largos meses (desde principios de diciembre de 1577 hasta mediados de agosto de 1578) en lo que eufemísticamente se ha llamado cárcel, pero que en realidad no era otra cosa que el «hueco de una pared», un zulo que «tenía de ancho seis pies y hasta diez de largo, sin otra luz ni respiradero sino una saetera en lo alto, de hasta tres dedos de ancho, porque, como se había hecho para retrete de esta sala en que poner un servicio cuando aposentaban en ella a algún prelado grave, no le habían dado más luz»21, y en unas condiciones inhumanas, de absoluta incomunicación, física y espiritual, pues se le privó incluso hasta del consuelo de celebrar la misa.
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