25 abr 2025

Requiem para un navegante



No hay nadie aquí, pasan los tiempos y no estas, 
pero es abril en tu presencia: aquellos viejos años.
Entonces, la cuadratura, tu ojo lánguido, 
visor y multiepisódico, casual y melancólico. 
He visto llover así.
Y tanto.

Pero nos fuimos de palabras y choques, ruidos y orquestas. 
Eso buscabas: la ruptura, el quiebre, 
el golpe a golpe en el latido. Morir así. De cornisa. 
Atravesados en el ángulo izquierdo del cerebro
una mortecina luz que aseste la nuca sobre el clavo, 
el clavo en el ojal de la palabra: 
donde no estamos.

Pero está la luz sobre la mesa del surco, 
está el surco horadando el principio. 
Todo ahí, recinto de guitarra 
donde adormecer la nostalgia de otro tiempo,
cuando éramos tiernos como una margarita. 
Llorar así. 

Pero así no me querías, 
vos querías la guerrera escondida, 
con la lanza en el pulso, 
con la palabra ronca y la mixtura de los siglos 
irrumpiendo en  asalto.
Así querías.
No la lágrima, 
ni la pena humillante de saberse uno solo y triste, 
no el atado corazón masoquista sino la fuga, 
la multiplicación de los panes en el silencio sagrado de lo oculto. 
He visto tantas palabras, querido. 
Tanta mesa puesta en vano. 
Tanto corazón alegre en la semilla. Y una ilusión en el después. 
Cuando es ahora.
 
El tiempo ha pasado, el día, la luz, la esperanza a pique. 
Y este insepulto corazón de hojalata ahora reclama tu presencia, 
esa pesquisa de encontrarte a pie de página, 
en la nuca, en el rebote del sombrero, 
cuando miramos hacia adelante y es ahí. 
Es ahí.



Sf

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