4 sept 2014

Desencadenado





Tengo las manos atadas al fondo de la tierra,
las rodillas hincadas en el hierro fragmentado,
los ojos dados vuelta hacia el útero de la conciencia,
donde son grilleros los dioses de las moscas.
Por la sangre soy condenado,
porque creo en la carne,
en el puro hueso creo.
Esa existencia (que da de comer a rebaños de árboles,
que siembra pájaros en la roca, que cabalga en los rayos)
es la que evoco.
Pero evoco también la condena,
y quien cree en ella cree en la culpa,
y quien cree en la culpa cree en los hombres,
como los dioses de los ignorantes. Por la creencia somos creados.
Sé que no volveré a ser, que laberintos castigados y espejos liberados
sesgarán el torso de mi memoria,
pero, aún atado al vientre terrenal, aún sometido a la fusta de agua,
aprieto entre mis dedos rotos esto que soy,
me doblo, retumbo, me quiebro,
y en un berreo gutural destierro mi alma

de la ofrenda que se le da a los ojos que abren en primavera.




Iván Rusch




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