Han huido las nieves y ya vuelve el
verdor a los campos, el follaje a los árboles. Muda
la tierra su destino y los ríos decrecen y fluyen por
sus cauces. La Gracia, con las Ninfas y sus hermanas
gemelas se atreve a dirigir desnuda los coros. «No
esperes lo inmortal», te avisan el año y la hora que
arrebata el día nutricio. Los Céfiros mitigan el
frío. El verano, que ha de morir también, arrolla a
la primavera. En cuanto el fructífero otoño haya
derramado sus frutos, volverá al punto el estéril
invierno. No obstante, las veloces lunas reparan
los daños celestes. Pero nosotros, cuando
caemos donde cayeran el piadoso Eneas, el
rico Tulo y Anco, somos polvo y sombra tan
sólo. ¿Quién sabe si los dioses del cielo
añadirán, a la suma de nuestros días hoy, el
día de mañana? Todo lo que hayas dado con ánimo
amistoso escapará a las manos ávidas del
heredero. Una vez hayas muerto y haya dictado
Minos sobre ti solemne sentencia, Torcuato, no
te devolverán a la vida ni tu linaje, ni tu
elocuencia ni tu piedad. Ni la propia Diana puede
librar al púdico Hipólito de las tinieblas
infernales, ni Teseo puede arrancar de las cadenas
Leteas a su querido Pirítoo.
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Gracias, Poeta Carlos Penelas
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