Fragmento
...He yacido en la piedra, en aquel entonces, tú sabes, en las baldosas de piedra; y junto a mi yacían ellos, los otros, que eran como yo, los otros, que eran distintos y exactamente como yo, los hijos de hermanos; y allí yacían y dormían, dormían y no dormían, y soñaban y no soñaban y ellos no me amaban y yo no los amaba, pues yo era uno, y quién quiere amar a Uno, y ellos eran muchos, muchos más que los que yacían alrededor de mí, y quién pretende poder amar a todos, y, yo no te lo niego, yo no los amaba, a ellos, los que no podían amarme, yo amé la vela que allí ardía, en el rincón a la izquierda, la amaba porque ardía en derredor, no porque ella ardiera en derredor, pues ella era su vela, la vela que él, el padre de nuestras madres, había encendido, pues aquella tarde empezaba el día, un día, exacto, un día que era el séptimo, el séptimo al que debiera seguir el primero, el séptimo y no el último, yo amaba, no a ella, yo amaba su extinguirse, y sabes, no he amado nada más desde entonces; nada, no; o quizás lo que se extinguió como aquella vela en aquel día, el séptimo y no él último; no el último, no, pues aquí estoy, en este camino del que dicen que es hermoso, pues aquí estoy; junto al martagón y junto a la radicheta, y cien pasos más allá, ahí enfrente, hacia donde puedo ir, ahí trepa el alerce hacia el cembro y yo lo veo y no lo veo, y mi bastón, él ha hablado, ha hablado a la piedra, y mi bastón calla y hace silencio ahora, y la piedra, dices, puede hablar y en mi ojo cuelga el velo, el móvil, cuelgan los velos, los móviles, tú has levantado uno y ya cuelga el segundo, y la estrella -pues ya está ahora sobre la montaña- si quiere entrar deberá celebrar nupcias y ya no será lo que era sino mitad velo y mitad estrella, y yo sé, yo sé, hijo de hermano, yo sé, yo te he encontrado aquí, y hemos conversado, mucho, y los pliegues de allá, tú sabes, no es para los hombres que están ahí, y no para nosotros, que íbamos y nos encontramos, nosotros, aquí bajo la estrella, nosotros, los judíos, que veníamos como Lenz, por la montaña, tú Gross y yo Klein, tú el hablador, y yo, el hablador, nosotros con los bastones, nosotros con nuestros nombres, los impronunciables, nosotros con nuestra sombra, la propia y la ajena, tú aquí y yo aquí: -yo aquí, yo; yo, que puedo decírtelo todo, que podría habértelo dicho; que no te lo dice y no te lo ha dicho; yo con el martagón, yo con la radicheta, yo con la extinta; la vela, yo con el día, yo con los días, yo aquí y allá, yo, quizás acompañado ¡ahora!- del amor de los no amados, yo en camino hacia mí, arriba.
Paul Celán
Agosto, 1959.
Traducción: Susana Romano-Sued
Gracias Javier..