“Una palabra más como ésta,
y los martillos oscilan al descubierto.”
Paul Celán
Los martillos, por favor,
los últimos en entrar
en el reino de los cielos.
Los que cimbrean en las puertas,
los que nombran y abren filas,
el principio en la sangre,
el martillo en el hueso y el sombrero;
la furia, el perdón
en la imagen de mañana
la de siempre, la que altura en espada,
la que no tuvimos en el socorro último;
sentarse en la taza, poner la taza,
el plato en la cuchara
el dulce azúcar en la leche,
abrigar el día en sus dos manos,
y luego alzar un guijarro
reenviarlo hacia el agua
girando en graves ondas terrestres,
así, hasta el fin del universo.
Que los martillos despierten en las horas,
en la cigarra inútil,
en las trizas del horizonte,
mientras la lengua no sabe que sabe
cuánta palabra
tejiendo púrpura en los siglos,
entrever en la quietud
de las establecidas calles
la eterna primavera,
el dócil cuerpo de los días.
Que los martillos hundan,
que finales asesten golpe,
que detengan este ejército
de genocidios infalibles.
Que oscilen,
que sea tu voz,
que oscile entre un instante y otro
la negra sangre
la próxima orilla
la que abre el pañuelo para alcanzarte en madre
cuando es tiempo de dar,
vislumbrar el espacio,
la furia a contragolpe;
después morir en alguna alcantarilla
que linde oscura el incesante tiempo
en que no estamos.
Sandra Figueroa
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